lunes, mayo 05, 2008

Los Santuarios de la Virgen, signos de Dios


Todos somos peregrinos, por esencia y vocación. Caminamos hacia la Luz, sin olvidar que Dios deja sus huellas en este mundo. De ahí que busquemos a Dios en este mundo a través de sus revelaciones y sitios privilegiados, lo que llamamos "Santos Lugares". Amig@ Peregrin@, que tu encuentro con Dios sea pleno, íntimo y gozoso.

Y vendrán muchedumbres de pueblos diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, Él nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé (Isaías 2, 3).

Incontables peregrinos se dirigen diariamente a los innumerables santuarios dedicados a Nuestra Señora, para encontrar los caminos de Dios o reafirmarse en ellos, para hallar la paz de sus almas y consuelo en sus aflicciones. En estos lugares de oración, la Virgen hace más fácil y asequible el encuentro con su Hijo. Todo santuario se convierte en “una antena permanente de la buena Nueva de la Salvación” (JUAN PABLO II, A los rectores de los santuarios, 22-I-1981).

Celebramos el mes de mayo en honor a Nuestra Señora, mes en el que durante siglos tantos cristianos han acudido a buscar el auxilio de María para seguir adelante en un camino no siempre fácil. ¡Cuántos han encontrado en sus santuarios y altares la paz del alma, la llamada de Dios a una mayor entrega, la curación, el consuelo en medio de una tribulación...! La liturgia de la fiesta está centrada en el misterio de la Visitación, “que constituye la primera iniciativa de la Virgen. Cualquiera de sus santuarios encierra, por consiguiente, lecciones valiosísimas para nuestro caminar de peregrinos” (JUAN PABLO II, Discurso en el Santuario de Nuestra Señora de Montserrat, 17-XI-1982), pues eso somos. No podemos olvidar que nos dirigimos a una meta bien concreta: el Cielo. El fin de un viaje determina en buena parte el modo de viajar, los enseres que se llevan, las vituallas del camino... La Virgen nos dice a cada uno que no llevemos demasiados pertrechos, ni atuendos excesivamente pesados, que entorpecen la marcha, y que debemos caminar deprisa hacia la casa del Padre. Nos recuerda que no existen metas definitivas aquí en la tierra y que todo ha de estar orientado al término de ese recorrido, del que quizá ya hemos hecho una buena parte.

Además, “en la marcha, hay que imitar el estilo de la Madre en la visita que hiciera a su prima: En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá (Lc 1, 39)” (JUAN PABLO II, Discurso en el Santuario de Nuestra Señora de Montserrat, 17-XI-1982). Ella marcha con presteza, con paso rápido y alegre. Así hemos de ir nosotros por la senda que nos lleva a Dios. Además, hemos de llevar en el corazón la alegría y el espíritu de servicio que llevaba Nuestra Señora en el suyo.

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